CARL LINNEO Y LA DENOMINACIÓN DE LAS ESPECIES
Carl Linneo es el único de los científicos mencionados en este libro* que cambió su nombre, pasando de la versión latinizada a una forma en lengua vernácula. Si esto sucedió así, fue sólo porque el apellido ya lo había latinizado su padre, un clérigo conocido inicialmente como Nils Ingemarsson, que se inventó el apellido Linnaeus a propósito de un tilo (linden tree) que se encontraba en su finca. La única razón por la que Carl (llamado a veces Carolus), un hombre vanidoso con una opinión exagerada sobre su propia importancia, cambió este nombre espléndido fue que en 1761 se le concedió un título nobiliario (con efecto retroactivo desde 1757) y se convirtió en Carl von Linné o, en sueco, Carl af Linne. Pero en castellano, ha pasado a la posteridad sencillamente como Linneo. Linneo nació en Ráshult, en el sur de Suecia, el 23 de mayo de 1707. Su familia no era rica e intentó que Linneo siguiera los pasos de su padre, convirtiéndose en clérigo. Sin embargo, demostró tan poco interés o tan escasa aptitud para ello, que su padre estuvo a punto de colocarlo como aprendiz de zapatero, pero entonces intervino uno de los maestros que habían enseñado al niño y sugirió que podría hacer la carrera de medicina. Con las ayudas de varios patrocinadores, Linneo pudo terminar sus estudios de medicina, que había empezado en la Universidad de Lund en 1727 y continuó en Uppsala desde 1728 hasta 1733.
Linneo había sentido interés por las plantas en flor desde que era niño y en la universidad sus lecturas de libros de botánica fueron mucho más allá del programa que se exigía a los estudiantes de medicina. Le interesó especialmente la nueva teoría, formulada en 1717 por el botánico francés Sébastian Vaillant (1669-1722), según la cual las plantas se reproducían sexualmente y que tenían unos elementos macho y hembra que se correspondían con los órganos reproductores de los animales. La novedad y la audacia que implicaba reconocer esto en el siglo XVIII se puede apreciar quizás en el hecho de que el propio Linneo nunca comprendió del todo el papel de los insectos en la polinización, aunque fue uno de los primeros en aceptar y utilizar la teoría de la reproducción sexual de las plantas.
Mientras realizaba sus estudios de medicina, Linneo concibió la idea de utilizar las diferencias entre los órganos reproductores de las plantas de flor como un medio para clasificar y catalogar las plantas. Esta iniciativa resultaba natural en él, ya que era un catalogador obsesivo que hacía listas de todo (el típico coleccionista de sellos). Cuando se convirtió en profesor, sus salidas al campo con los estudiantes para hacer botánica estuvieron organizadas con precisión militar; los estudiantes incluso tenían que vestir ropas especialmente claras, a las que llamaban el «uniforme botánico». Siempre iniciaban la salida a las siete en punto de la mañana, hacían un descanso para el almuerzo a las dos de la tarde y otro breve descanso a las cuatro de la tarde, mientras el profesor realizaba demostraciones exactamente cada media hora. En una carta dirigida a un amigo, Linneo comentaba que era incapaz de «entender algo que no estuviera ordenado sistemáticamente». En muchas personas esto se consideraría una aberración, una manera de ser preocupante en vez de algo de lo que se pudiera estar orgulloso; pero Linneo encontró exactamente el cauce adecuado por el que podía desarrollar este comportamiento anormalmente obsesivo.
Pronto le fue reconocido su talento —en Uppsala, a partir de 1730, trabajó conjuntamente con uno de los profesores, Olaf Rudbeck, llevando a cabo demostraciones en los jardines botánicos de la universidad y, en 1732, la Sociedad de Ciencias de Uppsala le envió a una importante expedición a Laponia para que recogiera muestras de especímenes botánicos e investigara las costumbres locales de lo que entonces era todavía un misterioso país del norte.
En 1734, Linneo emprendió otra expedición botánica, esta vez a la zona central de Suecia, antes de terminar su licenciatura en medicina en la Universidad de Hardewijk, en Holanda, el ario 1735. Entonces se trasladó a la Universidad de Leiden, pero regresó a Suecia en 1738 y se casó con Sara Moraea, hija de un médico, en 1739. Ejerció como médico hasta 1741 en Estocolmo, donde fue nombrado para la cátedra de medicina de Uppsala. En 1742, se cambió a la cátedra de botánica, que ocupó durante el resto de su vida. Falleció en Uppsala el 10 de enero de 1778.
A pesar de todos sus defectos, Linneo fue un hombre encantador y un profesor muy bien considerado, siendo muchos los alumnos suyos que se encargaron de divulgar por todas partes sus teorías sobre taxonomía, tanto en vida de Linneo como después de su muerte. Sin embargo, lo que llama más la atención con respecto a estas teorías es que las formuló, de una manera completa en lo esencial, siendo todavía un estudiante, y las público totalmente terminadas, con el título Systema Naturae, en 1735, poco después de su llegada a Holanda. Su obra estuvo sometida a numerosas revisiones y ediciones, y la innovación por la que se recuerda ahora a Linneo es principalmente el sistema binomial de clasificación que aplicó a todas las especies, con un nombre formado por dos palabras —se explicaba en el primer volumen de la décima edición—, que apareció en 1758 (el año en que regresó el cometa de Halley), después de haber sido presentado en su libro Species Plantarum en 1753. Fue aquella décima edición la que ofrecía una introducción a la biología y definía términos tales como Mammalia, Primates y Horno sapiens, entre otros. La idea de dar a las especies nombres de dos palabras no era en sí algo nuevo, puesto que ya existía en descripciones realizadas en lenguas vernáculas que se remontaban a tiempos antiguos; pero lo que Linneo hizo fue convertir esto en un método sistemático de identificación con unas reglas básicas precisas. Pero nada de esto habría tenido tanta importancia sin todo el esfuerzo dedicado a identificar y clasificar especies según sus características —la investigación de campo llevada a cabo por el propio Linneo, sus alumnos y algunos predecesores como Ray—.
En sus diversas publicaciones, Linneo aportó las descripciones de unas 7.700 especies de plantas y 4.400 especies de animales (casi todo lo que era conocido en Europa en aquella época), dando finalmente a todas ellas sus nombres según el sistema binomial. Todo lo que había en el mundo de los seres vivos quedó ordenado por Linneo en una jerarquía de relaciones de familia, desde las amplias clasificaciones de reino y clase, bajando a través de las subdivisiones de orden y género, hasta la especie en sí misma.
Aunque algunos de estos nombres han sufrido modificaciones a lo largo de los años, y algunas especies han sido reclasificadas a la luz de evidencias posteriores, la cuestión es que a partir de la época de Linneo, siempre que un biólogo se ha referido a una especie (por ejemplo, Canis lupus, el lobo) sus colegas han sabido con exactitud de qué especie se estaba hablando. Pero, en caso de que no fuera así, han podido consultar todas las particularidades de la especie en cuestión en textos estándar, e incluso ver especímenes de esa especie preservados bajo las bóvedas de los museos de historia natural.
La influencia de este sistema se puede ver en el modo en que conserva aún en nuestros días, en el trabajo científico, el último vestigio del latín, que antiguamente fue el lenguaje universal de la ciencia. Cuando las generaciones siguientes de botánicos y zoólogos exploraron el mundo más allá de Europa, las nuevas especies que descubrieron pudieron clasificarse y encajarse asimismo dentro de este sistema de denominación, aportando los materiales básicos a partir de los cuales comenzarían a aclararse en el siglo XIX las relaciones entre las especies y las leyes de la evolución.
Todo el trabajo de catalogación de Linneo se podría despreciar, desde un punto de vista poco caritativo, considerándolo como mero coleccionismo de sellos. Pero hay que pensar que Linneo dio un paso audaz que cambió para siempre la idea que tenían los seres humanos sobre su propio lugar en la naturaleza. Fue el primero que incluyó al «hombre», que era como denominaban al ser humano en aquellos tiempos, en un sistema de clasificación biológica. Le costó cierto tiempo decidir cómo se podía encajar al hombre en el esquema biológico de los seres vivos, y la propia idea de clasificarlo del mismo modo que a los animales era, por supuesto, un tema controvertido en el siglo XVIII.
La última versión moderna de esta clasificación, yendo más allá del sistema original de Linneo, da nuestra posición exacta en el mundo de los seres vivos de la siguiente manera:
reino animal filum* cordado ubfilum vertebrado clase mamífero orden primate familia homínido género horno especie sapiens
Según el estado actual de las cosas, nuestra especie, Horno sapiens, es la única que pertenece a un género en el que sólo hay una especie —el género Homo incluye solamente al Horno sapiens—. Sin embargo, Linneo vio esto de otra manera, y no se le debería acusar de desplazar al Horno sapiens demasiado lejos de otros animales, ya que incluyó otras especies de «hombre» en el género Horno, basándose en leyendas populares y mitos que hablaban de hombres con rabo, «trogloditas» y otros por el estilo. También le atormentaba la duda de si debería o no existir un género especial para el Homo. En el prólogo de su obra Fauna Svecica, publicada en 1746, decía: «el hecho es que, como experto en historia natural, todavía he de encontrar alguna característica que permita distinguir al hombre del mono, utilizando principios científicos», y en respuesta a las críticas suscitadas por esta postura, en 1747 escribía a su colega Johann Gmelin lo siguiente: Le pido a usted y a todo el mundo que me indique una diferencia genérica entre el hombre y el mono, una diferencia que se ajuste a los principios de la historia natural. Desde luego, yo no conozco ninguna... Si yo llamara mono al hombre, o viceversa, conseguiría que todos los teólogos se me echaran encima. Aunque quizás tenga que llegar a hacerlo algún día para ajustarme a las leyes de la ciencia.
En otras palabras, Linneo creía realmente que el hombre pertenecía al mismo género que los monos, una creencia totalmente corroborada por los modernos estudios sobre las similitudes existentes entre el ADN de los humanos, los chimpancés y los gorilas. Si la clasificación se hiciera según las pautas actuales, utilizando las pruebas del ADN, el hombre quedaría clasificado en realidad como un chimpancé —quizás sería el Pan sapiens*—.
El hecho de que el Homo sapiens se encuentre espléndidamente aislado como único miembro de un género se debe exclusivamente a un accidente histórico y al temor que sentía Linneo ante la posibilidad de provocar la ira de los teólogos. Linneo era un hombre religioso y ciertamente creía en Dios. Como muchos de sus contemporáneos, se vio a sí mismo un descubridor de la obra divina cuando hacía la clasificación de los seres vivos; en más de una ocasión dijo que el número de especies que existían en la Tierra en su época coincidía con el número de las que había creado Dios al comienzo de los tiempos. Pero esto no impidió que tuviera sus dudas con respecto a la interpretación de la Biblia que se hacía habitualmente en el siglo XVIII, especialmente cuando se planteaba la cuestión de la edad de la Tierra. Linneo se vio implicado en este debate a causa de una controversia que hizo furor en Suecia durante la década de 1740, después de haberse descubierto que el nivel del agua parecía estar descendiendo en el mar Báltico. Una de las primeras personas que investigó este fenómeno debidamente y que presentó pruebas convincentes de que realmente se estaba produciendo un cambio en el nivel del mar fue Anders Celsius (1701-1744), conocido actualmente por la escala de temperaturas que lleva su nombre. Una de las posibles explicaciones que planteó Celsius para la
* Pan troglodytes es el chimpancé, y es también la única especie existente en su género. (N. de la t.)
«disminución de las aguas» se basaba en una teoría expuesta por Newton en el tercer volumen de los Principia, según la cual el agua se estaría convirtiendo en materia sólida por la acción de las plantas. Esta teoría decía que las plantas están formadas principalmente por fluidos tomados del entorno y, cuando las plantas se marchitan, forman una materia sólida que es transportada por los ríos a mares y lagos, para depositarse allí en el fondo y constituir nuevas rocas. Linneo desarrolló esta teoría mediante un elaborado modelo en el que las hierbas o algas de la superficie desempeñan un papel importante para mantener las aguas quietas (como en el mar de los Sargazos) y favorecer la sedimentación; pero los detalles de este modelo no deben preocuparnos, ya que estaba equivocado prácticamente en su totalidad. Lo que sí es significativo, sin embargo, es que estas investigaciones llevaron a Linneo a plantearse la cuestión de la edad de la Tierra.
En la década de 1740, era ya muy conocida la existencia de fósiles en lugares alejados de los mares y estaba ampliamente aceptada la idea de que estos fósiles eran los restos de seres que vivieron en otros tiempos. Esta idea había ganado en credibilidad después de conocerse el trabajo del danés Niels Steensen (1638-1686), que latinizó su nombre convirtiéndolo en Nicolaus Steno y en general recibe sencillamente el nombre de Steno. A mediados de la década de 1660, estableció la conexión entre las características distintivas de los dientes de los tiburones y las de los restos fósiles hallados en estratos rocosos tierra adentro, lejos del mar, y que él reconoció también como dientes de tiburones. Steno argumentó que los diferentes estratos de rocas se habían depositado bajo el agua en épocas diferentes de la historia de la Tierra, y muchos de sus sucesores del siglo XVIII, e incluso del XIX, identificaron este proceso con el Diluvio universal (o con una serie de diluvios).
Linneo aceptaba el relato bíblico del Diluvio, pero en su razonamiento decía que un suceso de corta duración (una inundación que hubiera durado menos de 200 días) no podía haber trasladado a los seres vivos lejos tierra adentro y haberlos cubierto con sedimentos en tan poco tiempo —«aquel que atribuya todo esto al Diluvio, que llegó de repente y de repente se fue, es verdaderamente alguien ajeno a la ciencia», escribió, «y es ciego, porque sólo ve a través de los ojos de otros, si es que ve realmente algo»—. Por el contrario, Linneo afirmaba que inicialmente la Tierra estaba toda ella cubierta de agua, y que el agua había estado descendiendo continuamente desde entonces, convirtiendo cada vez más zonas en tierra firme y dejando tras de sí fósiles como prueba de que las aguas habían cubierto en otro tiempo la Tierra. Estaba claro que todo esto requería mucho más que los 6.000 años de historia que los expertos bíblicos de la época calculaban, pero Linneo nunca se decidió a afirmarlo abiertamente.
En el siglo XVIII, había ya razones para poner en duda la fecha del 4004 a.C. que había calculado para la creación del mundo el arzobispo James Ussher en 1620, y no sólo desde el ámbito de la ciencia, sino también desde el de la historia. En aquel tiempo, empezaba a llegar a Europa información sobre China, principalmente como consecuencia de la obra de los misioneros jesuitas franceses, y se llegó a saber con certeza que el primer emperador sobre el que había datos documentados ocupó el trono de China unos 3.000 años antes del nacimiento de Cristo, lo cual implicaba que la historia de China se remontaba a una época mucho más lejana. Aunque algunos teólogos se limitaron a intentar que la cronología de Ussher fuera compatible con los datos de China, Linneo escribió que él «habría creído gustoso que la Tierra era más antigua que lo que afirmaban los chinos, si esto hubiera sido compatible con las Sagradas Escrituras», y que «en otros tiempos, la naturaleza hubiera formado la Tierra, la hubiera destrozado y luego la hubiera formado otra vez». Linneo no podía decidirse a afirmar, con estas palabras, que la interpretación teológica habitual de la Biblia estaba equivocada. Sin embargo, en Francia, su contemporáneo Georges-Louis Leclerc, conocido para la posteridad como el conde de Buffon, se decidía a dar este paso hacia delante y a realizar los primeros experimentos verdaderamente científicos para determinar la edad de la Tierra.
reino animal filum* cordado ubfilum vertebrado clase mamífero orden primate familia homínido género horno especie sapiens
Según el estado actual de las cosas, nuestra especie, Horno sapiens, es la única que pertenece a un género en el que sólo hay una especie —el género Homo incluye solamente al Horno sapiens—. Sin embargo, Linneo vio esto de otra manera, y no se le debería acusar de desplazar al Horno sapiens demasiado lejos de otros animales, ya que incluyó otras especies de «hombre» en el género Horno, basándose en leyendas populares y mitos que hablaban de hombres con rabo, «trogloditas» y otros por el estilo. También le atormentaba la duda de si debería o no existir un género especial para el Homo. En el prólogo de su obra Fauna Svecica, publicada en 1746, decía: «el hecho es que, como experto en historia natural, todavía he de encontrar alguna característica que permita distinguir al hombre del mono, utilizando principios científicos», y en respuesta a las críticas suscitadas por esta postura, en 1747 escribía a su colega Johann Gmelin lo siguiente: Le pido a usted y a todo el mundo que me indique una diferencia genérica entre el hombre y el mono, una diferencia que se ajuste a los principios de la historia natural. Desde luego, yo no conozco ninguna... Si yo llamara mono al hombre, o viceversa, conseguiría que todos los teólogos se me echaran encima. Aunque quizás tenga que llegar a hacerlo algún día para ajustarme a las leyes de la ciencia.
En otras palabras, Linneo creía realmente que el hombre pertenecía al mismo género que los monos, una creencia totalmente corroborada por los modernos estudios sobre las similitudes existentes entre el ADN de los humanos, los chimpancés y los gorilas. Si la clasificación se hiciera según las pautas actuales, utilizando las pruebas del ADN, el hombre quedaría clasificado en realidad como un chimpancé —quizás sería el Pan sapiens*—.
El hecho de que el Homo sapiens se encuentre espléndidamente aislado como único miembro de un género se debe exclusivamente a un accidente histórico y al temor que sentía Linneo ante la posibilidad de provocar la ira de los teólogos. Linneo era un hombre religioso y ciertamente creía en Dios. Como muchos de sus contemporáneos, se vio a sí mismo un descubridor de la obra divina cuando hacía la clasificación de los seres vivos; en más de una ocasión dijo que el número de especies que existían en la Tierra en su época coincidía con el número de las que había creado Dios al comienzo de los tiempos. Pero esto no impidió que tuviera sus dudas con respecto a la interpretación de la Biblia que se hacía habitualmente en el siglo XVIII, especialmente cuando se planteaba la cuestión de la edad de la Tierra. Linneo se vio implicado en este debate a causa de una controversia que hizo furor en Suecia durante la década de 1740, después de haberse descubierto que el nivel del agua parecía estar descendiendo en el mar Báltico. Una de las primeras personas que investigó este fenómeno debidamente y que presentó pruebas convincentes de que realmente se estaba produciendo un cambio en el nivel del mar fue Anders Celsius (1701-1744), conocido actualmente por la escala de temperaturas que lleva su nombre. Una de las posibles explicaciones que planteó Celsius para la
* Pan troglodytes es el chimpancé, y es también la única especie existente en su género. (N. de la t.)
«disminución de las aguas» se basaba en una teoría expuesta por Newton en el tercer volumen de los Principia, según la cual el agua se estaría convirtiendo en materia sólida por la acción de las plantas. Esta teoría decía que las plantas están formadas principalmente por fluidos tomados del entorno y, cuando las plantas se marchitan, forman una materia sólida que es transportada por los ríos a mares y lagos, para depositarse allí en el fondo y constituir nuevas rocas. Linneo desarrolló esta teoría mediante un elaborado modelo en el que las hierbas o algas de la superficie desempeñan un papel importante para mantener las aguas quietas (como en el mar de los Sargazos) y favorecer la sedimentación; pero los detalles de este modelo no deben preocuparnos, ya que estaba equivocado prácticamente en su totalidad. Lo que sí es significativo, sin embargo, es que estas investigaciones llevaron a Linneo a plantearse la cuestión de la edad de la Tierra.
En la década de 1740, era ya muy conocida la existencia de fósiles en lugares alejados de los mares y estaba ampliamente aceptada la idea de que estos fósiles eran los restos de seres que vivieron en otros tiempos. Esta idea había ganado en credibilidad después de conocerse el trabajo del danés Niels Steensen (1638-1686), que latinizó su nombre convirtiéndolo en Nicolaus Steno y en general recibe sencillamente el nombre de Steno. A mediados de la década de 1660, estableció la conexión entre las características distintivas de los dientes de los tiburones y las de los restos fósiles hallados en estratos rocosos tierra adentro, lejos del mar, y que él reconoció también como dientes de tiburones. Steno argumentó que los diferentes estratos de rocas se habían depositado bajo el agua en épocas diferentes de la historia de la Tierra, y muchos de sus sucesores del siglo XVIII, e incluso del XIX, identificaron este proceso con el Diluvio universal (o con una serie de diluvios).
Linneo aceptaba el relato bíblico del Diluvio, pero en su razonamiento decía que un suceso de corta duración (una inundación que hubiera durado menos de 200 días) no podía haber trasladado a los seres vivos lejos tierra adentro y haberlos cubierto con sedimentos en tan poco tiempo —«aquel que atribuya todo esto al Diluvio, que llegó de repente y de repente se fue, es verdaderamente alguien ajeno a la ciencia», escribió, «y es ciego, porque sólo ve a través de los ojos de otros, si es que ve realmente algo»—. Por el contrario, Linneo afirmaba que inicialmente la Tierra estaba toda ella cubierta de agua, y que el agua había estado descendiendo continuamente desde entonces, convirtiendo cada vez más zonas en tierra firme y dejando tras de sí fósiles como prueba de que las aguas habían cubierto en otro tiempo la Tierra. Estaba claro que todo esto requería mucho más que los 6.000 años de historia que los expertos bíblicos de la época calculaban, pero Linneo nunca se decidió a afirmarlo abiertamente.
En el siglo XVIII, había ya razones para poner en duda la fecha del 4004 a.C. que había calculado para la creación del mundo el arzobispo James Ussher en 1620, y no sólo desde el ámbito de la ciencia, sino también desde el de la historia. En aquel tiempo, empezaba a llegar a Europa información sobre China, principalmente como consecuencia de la obra de los misioneros jesuitas franceses, y se llegó a saber con certeza que el primer emperador sobre el que había datos documentados ocupó el trono de China unos 3.000 años antes del nacimiento de Cristo, lo cual implicaba que la historia de China se remontaba a una época mucho más lejana. Aunque algunos teólogos se limitaron a intentar que la cronología de Ussher fuera compatible con los datos de China, Linneo escribió que él «habría creído gustoso que la Tierra era más antigua que lo que afirmaban los chinos, si esto hubiera sido compatible con las Sagradas Escrituras», y que «en otros tiempos, la naturaleza hubiera formado la Tierra, la hubiera destrozado y luego la hubiera formado otra vez». Linneo no podía decidirse a afirmar, con estas palabras, que la interpretación teológica habitual de la Biblia estaba equivocada. Sin embargo, en Francia, su contemporáneo Georges-Louis Leclerc, conocido para la posteridad como el conde de Buffon, se decidía a dar este paso hacia delante y a realizar los primeros experimentos verdaderamente científicos para determinar la edad de la Tierra.